PAPIROFLEXIA

De vuelta de las cuitas inmobiliaria de Chica9 me doy de bruces con un cartel que reza Vendo Parcelas Urbanizadas en Carrión de los Condes. No es la primera vez. Xerocopia en blanco y negro, con una foto estampada en la que igual puedes entrever la lava del volcán de La Palma o un jeroglífico maya. Cutre, pero autentico

Como me quedo solo, empiezo a cavilar sobre aquellos tiempos en los que la comunicación en barrio, pueblo o ciudad rolaba sobre los cartelones pegados en las paredes o las pintadas en los murales. Igual te podías comprar una bicicleta, contratar una profesora nativa de ingles o hacerte con toda la hilera de libros de segunda mano de sexto de EGB.

Las paredes se llenaban de mensajes impresos de folios DIN A4 de las mas variadas temáticas. La composición era sencilla, Un mensaje directo, que normalmente se lanzaba sobre un impersonal con el “se” delante, como Se vende, Se ofrece, o Se alquila, y un teléfono precedido de un término en desuso como razón seguido del nombre del interfecto.

Como las paredes se desconchaban y el viento arreciaba el perfecto compost  se conseguía tirando de otro gadget en desuso, la cinta aislante. Aquel engrudo color café atrapaba, no sólo la pared, sino todo lo que se ponía delante. Si tenias la mala suerte de que se te enredase en los dedos llegaba a desintegrarte  las huellas digitales mejor que  el líquido abrasivo que utilizaban los nazis para borrar su identidad,

Recuerdo que había verdaderos especialistas en el pegado de carteles. Eran tipos solitarios y huraños que normalmente se hacían acompañar de una mochila o un carrito de compra para batir el record mundial de colocación de carteles por segundo. En cuanto bostezabas un par de veces, te habían colocado toda las oferta educativa de la Academia Martínez Aznar y el Instituto Vasco de Nuevas Carreras para el próximo curso. No más  alcanzabas a verle el rebufo al doblar la esquina.

El culmen de la época de la cartelera llegó con los tablones de anuncios de la Universidad. En donde igual encontrabas una mecanógrafa, un piso compartido, un viaje de prospección a la Feria de la Cerveza de Munich, una profesora particular de francés o un Seat Ritmo de oferta. Un collage anárquico que no dejaba ni un milímetro cuadrado libre en aquellas pizarras de corcho marrón que se desgranaban. La misma chincheta enhebrando media de anuncios insustanciales. El antecesor paleolítico del mil anuncios de internet.

Recuerdo que había dos clásicos que nunca faltaban en las paredes de Bilbao. El del viaje a Lourdes, la Basilica del Pilar o el Monasterio  de Piedra, donde a la hora de la comida en el area de servicio te intentaban vender una Minipimer y el de la conferencia en Nueva Acropolis, con tufo chusco a secta para desesperados. Había incluso quien ofrecía cursos de esperanto. Un visionario.

Fotocopias hechas en tiendas que existían cuando fotocopiar era un negocio y no existía el fotoshop ni el tuneo. La mayor innovación llegó cundo la parte inferior de la hoja se partía en jirones longitudinales con teléfono y referencia que pudiesen llevarse los interesados. Fue el canto de cisne del cartel.

Han desparecido de las paredes, excepto el inasequible al desaliento de Carrión de los Condes. Probablemente, porque la gente no tiene tiempo, ganas, ni estomago para leer.

Normal, es tiempo robado a las redes sociales.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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