La holganza veraniega reduce el ritmo vital y provoca que tus estímulos perciban más claramente la cotidianeidad.
Tanto como que me ha dado por fijarme en todos los coches que aún siguen portando en su popa las pegatinas avistadoras del “Bebé a Bordo“ ochentero en sus distintas versiones.
Tengo que reconocer que la pegatina me parecía una absoluta majadería cuando se alumbró como invención. Consecuencia no más del huevo frito al que se reduce el cerebro humano al estrenar paternidad. Ese momento en el que se niega la personalidad propia al considerar que tu nuevo retoño es la reencarnación del Dalai Lama, (elegido entre millones) lo que requiere que el universo entero se incline a los pies del predilecto.
Su utilidad se asemeja a la de los decretos del Lehendakari prohibiendo el botellón o las proclamas navideñas a la paz mundial. Porque, a ver si el Jonan, la madrugada que conduce todo ciclado después de una noche de reggaeton va a percatarse de la pegatinita antes de adelantarles. La misma que no va a a ver ese gordo odioso con la papada de león marino cuando decide saltarse un stop para no perder el turno para el carajillo matinal.
Lo que me ha sorprendidos el I+D-i que ha sufrido el bebé a bordo en los últimos treinta años. Toda una revolución. Amazon comercializa 60.000 tipos distintos de pegatinas, existen accesorios tuneados, y lo que es peor, gadgets personalizados.
De entre todos los más odiosos, aquellos personalizados, Kontuz, Isusko era Nahia barruan daude es uno de los últimos oteados en mis paseos. Sus altas conducirán tranquilos por las carreteras secundarias pensando que el conductor suicida va a frenar entenecido por el mensaje meloso.
Es algo que al hacerme viejo soporto cada vez peor. Los diminutivos (esa puta manía de que todas las palabras en castellano acaben en -ito o -ita), que a los niños se les hablé en tono cantarín y fondo cursilín (son niños no idiotas mentales) y la noñeria maniquea.
Si ya dice Chica9 que parezco mucho más viejo que ella.