A medida en la que voy coleccionando años, veo que la gente de mi entorno enloquece de dos formas distintas. La primera es una locura animal, principalmente perruna, sin descartar otro brote de mascotismo urbano.
Sus acólitos tratan de convencerte que el can supera en cuidados, fidelidad y compañía califica a los de cualquier bípedo en general, y a los humanos por goleada. Por lo menos no hablan, rematan, por lo que desde que lo tengo no discuto.
Lo que ocultan es que no hay un lugar más antinatural para un animal que un piso de ciudad, porque pierde más pelo que una manta Paduana y obligan a salir de paseo a la fresca o el ocaso (momentos en donde a nadie gusta salir de casa y menos ataviado con bolsas anti heces y limpiador de orines) porque lógicamente el animalito quiere aliviarse.
La segunda forma de locura es la de la gente que pierde el norte con la dieta, el deporte o la mezcla de los dos. Dejan de consumir alimentos sólidos y se enredan en una mezcla de batidos, zumitos y ensaladas proteimicas tan sabrosas como chupar una hoja de nabo. Todo lo que comen lo pasan por la licuadora (no hay ningún gadget de cocina más coñazo de limpiar) de la que sale un grumo con textura de pastel de higos y de color estiércol claro.
El acceso natural les suele traspasar la sesera hasta llevarles hasta las inmediaciones del deporte extremo. Y ya se sabe, no hay nada más fuera de cacho que emplearse de talludo en disciplinas acrobáticas que no hayas practicado cuando tocaba. Así, se montan en bicicleta y se creen Fignon bajando el Mortirolo, o salen cada tarde a hacer el Maratón de Nueva York como el mítico Mariano Haro (sin tener ni puto idea de quién era como tampoco saben quienes eran otros mitos como Dum Dum Pacheco o Emilio de Viilota). Solo les importa conocer si son supinadores cortos o pronadores largos.
Lo malo de ambos grupos es que son unos tipos latazos que se creen en posesión de la verdad absoluta sobre lo que es bueno o malo para tu organismo, y lo que es peor sobre tu propia moral, sin darse cuenta que con la moral pasa como con los culos, que cada uno tiene el suyo.
Dime de que presumes y te diré de que careces,..