Sube mi Gerni, el mejor equipo de la historia del futbol, la temporada en la que no he podido echarme al coleto ni un solo segundo blanquinegro. Año horrendo en el que no ha sido posible trenzar carambolas porque todas las bolas estaban guardadas en la tronera.
Echando la vista atrás, arranco desde aquel partido en Vallekas de 1977 en el que nos metieron seis una tarde noche de febrero. Tres de aquel delantero pequeñajo que se llamaba Potele, cuyo nombre está escrito en letras de neon en la frontal de la Avenida de la Albufera. Neón de los de los luminosos de las peluquerías de L,oreal, que por algo es Vallekas.
Me cuenta Kresen, mi hermano en cuestiones blanquinegras, que ha sido un año difícil. Vaya que sí. A un puntal, al bueno de Gandi, se le quedó varado un inmenso corazón en la recta serpenteante de Trabakua. En navidad, para que jodiera más. Y de eso no se recupera nadie, pase el tiempo que pase.
Sentímiento blanquinegro, de treinta y seis kilates, derramado en la cárcava. Muerte estúpida, de un tío grande, que irremediablemente te transporta a otra navidad, aquella en la que la Urren se dejó su casta de llanero solitario melena al viento en el asfalto de la calle Navarra. Puede haber una muerte más estupida?
Probablemente en aquella misma comarcal se empezó a tejer la trama del asenso. En una temporada de dos tiempos, con grupos impares, trufada de reglas de competición ininteligibles. Con epílogo desteñido, porque subir en un partido contra el Urduliz es como un ascenso de pega. Tan poco serio como ganar el trofeo de la galleta de Aguilar de Campó o que te obsequien con un atún en una vuelta al ruedo en la plaza de toros de Santoña. Ofrendas de paisanaje que no empastan con la verdadera gloria.
Dice Kresen que somos pequeños pero dignos. Creo que se equivoca. Somos dignos pero no pequeños. Nuestra grandeza emana de la autenticidad, de los sueños acariciados en aquella preferencia de Santa Lucía, en donde hedía el fútbol de verdad. Sabe a verdad del patxaran las tardes de aguacero, al nitrato potásico que derramábamos para llenar la atmósfera de sueños en blanco y negro. A aquellas historias en sepia que nos contaban nuestros aitas sobre Lotina o Primi, cuando nos llevaban de la mano a los partidos de las tres treinta en invierno, por la carencia de luz artificial.
A los cánticos de la Peña Garrintxa de Jimmy, o de los Komandos en la promoción del Huesca de Lopez Lopez. Al conejo que soltó el bueno de Olano, en el partido del play off del Racing B que no pudo ni aterrizar al verde desde la caja del morón que portaba, a la escoba que Jonmi Goiko robase a su ama, para portar la ikurriña prendida, a la ruina en el pecho del descenso contra el Logroñés B.
En este momento me acuerdo de Potxorrio, el día que le encontraron dormido en aquel contenedor libando delirios de grandeza, porque Luis Mari Landa fue pelotero fino, pese a quien le pese.De Pitxi, fidelidad blanquinegra tras una barra de bar, de Kurro, portando orgulloso su remera pesase a quien pesase, de los Tana, todos blanquinegos de raza, del difundo Zorrillo tirando el ladrillo a Urio Menendez. De Xabi Torombolo, y su quijotesca forma de epatar camaradería y solidaridad gernikesa, de Santxutu, tantos viajes de Bilbao al poblado en busca de una gloria que nunca llegaría.
Y cómo no de Josu, el del corazón mas grande y desordenado que haya conocido, pintado todo de rayas blancas y negras como el de una cebra. Su recuerdo me lleva a todas las absurdas expediciones vividas aquellos domingos de invierno, A Zaldupe, Loinaz, Txolon, Basarte o Txerloia. Perdíamos a menudo pero ganamos al final. Nos inocularon un equipo, una pasión, una realidad no perecedera.
Gracias Josu por enseñarnos el camino.