FIAMBRERAS

Las fiambreras son tan cordón umbilical de tu infancia como las cangrejeras que llevabas a la playa, el diccionario Iter Sopena con las banderas de los países de medio mundo en la parte central, el Dymo con el que tu madre nominaba los libros o el Flan Potax.

Eran utilizadas en las excursiones del cole, que en aquellos tiempos eran uno de tus pocos visores hacia el exterior. Fueran al monte, a las Cuevas de Santimamiñe, la colonia de la BBK de Briñas, la playa o al parque de atracciones de Artxanda, que para un crio ochentero de Gernika eran lo más cercano a la Arcadia feliz e inalcanzable.

De un material inoxidable coronado con bordes mas bastos que la lija, eran el primer Mecano que conocimos. La tapa hacia de primer plato, la base de segundo e, incluso, había uno pequeño de postre en el interior. Todo abrochado con unos ganchos metálicos que prensaban todos los componentes y garantizaban la presurización del condumio interior como si fuera la cabina de un avión.

Lo que más me asombraba, probablemente desde esa mirada de niño curioso bajo la que nada deja de sorprenderte, era su capacidad, que ya la quisieran para sí las cámaras frigoríficas de los almacenes logísticos. Allí cabía una tortilla de patatas con pimientos verdes encima en el primer piso, media docena de filetes empanados en el del medio (que eran los dos productos prototípicos que se guardaban en una fiambrera) y un bizcocho en el inferior. Todo ordenado en una superficie cúbica diminuta pero sin que, por alguna fuerza ignota que siempre se me escapó, se traspasarán los olores y sabores de unos alimentos a otros.

Para colmo de la innovación, los cubiertos se guardaban en un doble fondo o se insertaban en un lateral y los platos tenían cavidades que te permitían separar la tortilla de la carne empanada y del bizcocho. Normalmente viajaban al lado de su prima hermana la cantimplora, que tenía la forma de Rafaela Aparicio en Mamá cumple cien años y se presentaba embutida en un mallaje verde del color de campo de fútbol de ciudad lluviosa del norte.

El resorte mental que me ha hecho retroceder en el túnel del tiempo en busca de las fiambreras es el pensar dónde y cómo comerá, a partir del lunes, la grey que tiene que desplazarse a ciudad ajena a laborar. Como, por ejemplo, un viajante o un visitador médico. Otro efecto pandémico donde menos nos lo esperábamos, la resurrección de las fiambreras, he pensado.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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