Y mira por donde, nos han llegado los dos viernes más insoportables del año. Los de vísperas de navidad, en donde las calles se atestan, no sólo de efluvios de paz y felicidad, sino también de hordas laborales que disfrutan de ese maldito invento que se han pasado a denominar "las cenas, (aunque también se perpetran comidas), de empresa"
Cuando éramos “canis”, existían los aguinaldos cortesía de Don Damián, (el jefe de tu padre), sobre el que se lanzaba tu madre para equilibrar las maltrechas finanzas familiares. Un tiempo después, apareció la cesta de navidad, la misma que descuartizabas con tus hermanos, en la búsqueda del jamón prometido, que nunca terminaba por aparecer. Y como mucho, tu padre llegaba a comer en nochebuena, achispado por los cariñenas, que se había atizado con sus compañeros en la tasca de al lado.
Limitaciones de espacio me obligan a clasificar los asistentes a las cenas de navidad por sus roles (indistintos para hombres y mujeres salvo aclaración). ¿A ver si identificas a alguno?.
- El Organizador. Inconfundible porque es un tabarras que lleva, desde la vuelta del veraneo, arengando para que le confirmes asistencia, porque ya se sabe que "hay que reservar con tiempo que, sino, esos días es imposible cenar. Inasequible al desaliento, ya que, cuando le entregas los 10€ de reserva, más para quitártelo de encima que para otra cosa, te colapsa el e mail con cincuenta opciones de menús, para que te decantes entre 15 tipos de entrantes o si por 3€ más quieres copa (chupito o combinado nacional) incluida.
- El Desentrenado. Gran disfrutador de este tipo de eventos ya que suponen la única salida nocturna que se le permite anualmente. Normalmente, suele ser hombre y, esta noche se siente como un niño descubriendo Disneylandia. Después de enjaretarse botella y media de vino en la cena, se aplica con fruición y desenfreno a los licores. En el momento en el que llega la cuenta, suele chocar con El Organizador, que le reprocha que el menú solo incluía una copa por barba, y que por su culpa ha habido que pagar un pico, que se termina abonando a escote por no aguantarles.
- El Fugas. Aguanta estoico la cena sin involucrarse demasiado, y en el ínterin, entre la salida del restaurante y la primera copa, desaparece cuál Houdini. Sus destinos suelen ser variados, reengancharse con sus verdaderos amigos, visitar a un ligue evitándose en su casa el salvoconducto familiar que conlleva toda salida nocturna, o simplemente evitar prolongar el contacto con los plastas de la oficina. El lunes alega como pretexto la enfermedad repentina del crío pequeño o el fallecimiento inesperado de su tía de Briviesca y asunto concluido.
- El Apestado. Puede identificársele porque a la entrada al restaurante, tras tejerse la adecuada estrategia de acelerones, reservas de sitio, y codazos, siempre termina sentándose fuera de los corrillos. Acaba con sus huesos en la esquina, al lado de El Jefe, del que llega tarde, o del que ha ido a mear en el momento más inoportuno. Su conversación genera menos interés que la retransmisión en diferido del parto del cangrejo hembra pero, extrañamente, o porque no tiene nada mejor que hacer aguanta "como Negrin" hasta el final de la noche.
- El Cantor. La ingesta de alcohol, al que no está demasiado acostumbrado, le dispara una vena cantarina que le suele saltar, como un resorte, a los postres. Ahí, ataca los acostumbrados villancicos. El primero es coreado, más que nada por aquello de la sorpresa, pero al décimo El Desentrenado le bufa que deje de dar el coñazo. Incansable, contraataca callejeando de madrugada ya con tono sibilante. Es el momento en el que nadie tiene fuerzas para nada, por lo que se le deja hacer.
- La Recién Separada. Indefectiblemente, mujer. En la infantiloide imaginación calenturienta de los hombres de la oficina, se ha construido una fábula por la que la separación equivale a deseo carnal. Para algunos el delirio llega hasta a pensar que es con ellos. Suele terminar asqueada de aguantar, relatos de fracasos emocionales con las legítimas, propuestas indecorosas y penosos babeando. El Recién Separado incluso, le ha ofrecido "chingar", palabra que creía fumigada del diccionario. A media noche, huye despavorida a casa de su nueva pareja, cuya existencia ha ocultado a sus compañeros, de lo que se ha arrepentido, y mucho, durante toda la noche.
- El Recién Separado. Indefectiblemente, hombre. A pesar de que en la oficina ha vendido que ha decidido darse un tiempo en su matrimonio porque notaba que necesitaba otro tipo de desarrollo personal, la realidad es que su mujer le ha dejado por el profesor cubano de salsa. Con el escaso disponible que le ha quedado tras la separación se ha comprado para la ocasión ropa que él piensa le rejuvenece, cuando para la sección femenina ha sido el hazmerreír de la cena. A pesar de que estaba seguro que las nuevas galas le harían irresistible contrario termina volviendo a visitar a Tania, la de a 100€ la dormida.
- El Becario. A pesar de que se apuntó, más que nada por no dar la nota llevando tan poco tiempo en la empresa, ha sido el que más ha disfrutado. Jamás podía imaginarse que gente que hasta entonces consideraba profesionalmente respetable, podía perder los papeles de tal manera. De camino a casa, sigue descojonándose de como bailaba el jefe de contabilidad con aquellas niñatas en el ultimo pub, de la torrija que se ha agarrado la secretaria y de como discutían al alba El Desentrenado y El Organizador, por el desfalco de los licores.
- El Cretino. Por razones que siempre se me han escapado, como si se tratase de una plaga divina, hay un espécimen de este tipo en cada oficina, grupo de amigos, o comunidad de propietarios. Sabe el que más de restaurantes, por supuesto el que ha elegido El Organizador es de baja ralea, de bares de moda, y, por ello, se ha ofrecido a hacer de cicerones al grupo, hasta que, mediante golpe de estado, ha sido sustituido por El Becario, que ha enderezado la noche llevándolos a un Karaoke de moda, donde se han desmadrado. En Euskadi es también conocido como "El Tolosa", (To lo sabe)
- El Relatos. A pesar de que no se entera de demasiado, y se marcha a medianoche, se erige como reportero gráfico de la velada. El lunes tira de anecdotario con especial énfasis, pero como tiene que reconstruir todo lo que el no vivió, mezcla imaginación con realidad y a media semana, aquello parecen las fábulas de Samaniego. Acostumbra a tener trazas de plasta y no tiene ni puta gracia contando las cosas que acompaña con golpecitos asincrónicos en la espalda. Usualmente, del sexo masculino.
- El Jefe. Acabemos la taxidermia, con aquel del que lo único que espera todo el mundo es que, a los postres, termine pagando la cuenta. Este caso su pereza para sacar la cartera le ha granjeado tener que mediar en la reyerta entre El Organizador y El Desentrenado por la ingesta de licores. Suele adoptar dos versiones. La primera es la de Jefe Penitente, asumiendo silente el peaje de aguantar al vulgo una noche de viernes cuando podía estar perfectamente en el jacuzzi de su apartamento de la montaña. Huye como cenicienta con las campanadas de las doce. La otra, absolutamente vomitiva, es la del Jefe Enrollado, aquel que demuestra displicente a la inferioridad que puede convertirse en terrenal por unas horas, bebiendo, fumando o disfrutando como el que más. Y como el mejor de todos, que para eso es jefe.