TROFEOS DE VERANO

Cuando éramos más jóvenes el verano estaba repleto de torneos veraniegos de fútbol. El trofeo Carranza, el Teresa Herrera, el Colombino. Me encantaban las copas  de los dos últimos, la Torre de Hércules y la Carabela de Colón. Pesaban un quintal, lo que obligaba a que fuera levantado en comandita por toda la línea defensiva del equipo vencedor.

Tenían incluso más pedigrí que el Joan Gamper o el Bernabéu que organizaban el Barcelona y el Real Madrid, en un mezcla de presentación de sus plantillas y homenaje a ese socio al que ahora nadie echa cuentas. Se comentaba que el corretaje del equipo invitado dependía del número de goles encajados, ya que, de esa forma, se engrasaba la euforia del hincha local ante la temporada venidera, al estilo del mítico Pepe el Hincha.

Incluso, recuerdo que en el Bocho se organizaba el Trofeo Villa de Bilbao, en el que mi memoria puede acreditar el haber visto de cani al Vasco de Gama o al Atlético Mineiro, donde jugaba el gran Eder, ese zurdo que disputó el Mundial 82, para luego retirarse porque no le daban el transfer para campeonar fuera de su país.

Era imprescindible la participación de un equipo sudamericano, si se podía brasileño para dar marchamo internacional y un poco de exotismo. Hay que pensar que en aquellos tiempos sin internet, ni redes sociales, Brasil quedaba mucho más lejos de lo que queda ahora, y al vulgo aquello le acercaba a historias en sepia que enlazaban el Maracanazo de 1950, con el gol del centro del campo que nunca marcó Pelé en México y el Brasil de 1970. Nada podía volar tanto en la memoria de aquel puñado de aficionados que devoraban los torneos.

En aquel ecosistema era sencillo que saltasen los traspasos y transferencias de jugadores. Jesus Gil ficha a Donato de un Vasco de Gana en el que jugaban Mazinho y Romario. Otros muchos jugadores brincaron al fútbol europeo aprovechando el escaparate que les daban sus apariciones estelares en los trofeos que se disputaban durante la canícula.

La cosa, como siempre ocurre en el orbe latino, se desbarró y todo club que se preciara organizaba su torneo. El Atlético Madrid de Gil organizaba el Villa de Madrid invitando al entonces todopoderoso Milán de Sachi, el Valencia un Trofeo Naranja que se disputaba, a mediados de agosto, a un horario discotequero que te pillaba en la mitad de la romería de San Bartolome, y en Aguilar de Campó se celebraba el maravilloso Trofeo de la Galleta, en recuerdo a aquel. nutriente que dio lustre a los ancestros de la villa palentina.

Hogaño, los trofeos veraniegos no tienen quien les quiera, ni tan siquiera equipos interesados en disputarlos. A los socios, empachados de ver fútbol televisado en todas las latitudes no les atraen, así que los clubes ni piensan en ellos.

Si algo me entristece es que los gaditanos no acamparán en las playas de la Victoria y Cortadura durante la celebración del Carranza. Y que mi amiga sevillana Yajaira, que tanto nos ha dado a mi y a los míos y anda en estos momentos aperreada por esas luces negras con que a veces te ciega el destino, perderá un motivo de recuerdo de los Carranza vividos al lado de su padre.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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