EL PORMENOR

En la medida en la que vas pasando fotogramas, te das cuenta que lo que da sentido a tu existencia son los detalles. O dicho de otra forma, que la vida no es más que una sucesión de detalles. De esos que, puestos en esa fila india que se ha recuperado durante el confinamiento, pueden hacerte concluir, una madrugada de invierno, que tienes organizado el garito.

Así que, vas descubriendo, nada más pinchar la cara B del disco vital, que te llena más comprar las pilas de un ratón al lado de tu hijo que obtener un éxito laboral o que te ilumine un haz del reconocimiento personal que un día añoraste. O que una copa de vino de pitarra en un pueblo recóndito de la España vacía puede insuflarte más unidades de gloria que comerte los N+1 platos del menú largo del FerranAdria.

Por lo tanto, vas coleccionando detalles que van incorporando a tu álbum sensorial como cuando eras Cani engordabas el de la colección de la liga de Ediciones Este. Al igual que hacías con Brizzola o Corchado del Salamanca, Fortunato del Las Palmas o Atilano del Celta, los embadurnas de esa cola de carpintero que daba volumen al almanaque, y pasan a engrosar tu patrimonio afectivo.

La ventaja, una vez vas coleccionando añadas, es que los dientes de sierra emocionales se van reduciendo. Ni los éxitos te disparan el ánimo, ni los fracasos te hunden en el decaimiento, todo es más medido, más controlado. Como si fuera un pacto con el diablo, sacrificas el subidón de la adrenalina a la que te lleva el cenit por evitar estamparte cuando pintan bastos. Todo es más átono, vamos que te has hecho mayor.

Reconozco que, como en todo hay excepciones. Todos tenemos un amigo, conocido o medio pensionista, que se resiste a pasar pagina, y sigue sintiéndose joven y ufano. Acostumbran a vestir como su hijo, con camisas floreadas, camisetas ceńidas y complementos de colores chillones, como si el reflejo del colorín sirviese de antídoto a la fermentación del Gran Reserva. Si hurgas en el interior de estos especímenes, siempre encontrarás un Peter Pan, al que le cuesta mucho aceptar que Campanilla no existe.

Otra de las consecuencias de haber catado ese suero, es que afilas el instinto para detectar aquello que merece ser disfrutado. Antaño, identificabas casi tantos momentos únicos en tu vida como partidos de fútbol del siglo puede haber en una temporada. Mientras que ahora, orillas la morralla y solo saltas ante un natural excelso, una conversación que merece la pena y solo la mujer de tu vida te hace cambiar de acera o pegarle un refilonazo a destiempo.

Será también, como dice Chica9, que ni el fútbol, ni los toros, ni el basket, son ya lo que eran. Cuando, probablemente, los que hayamos cambiado (a mejor o por lo menos a una versión más reposada) seamos nosotros.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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