TAUTOLOGÍAS (SEGUNDA PARTE)

Y así pasaba la vida, alternando sin chirridos colegio y descanso y sin más expectativas que disfrutar de aquello que teníamos delante, un pueblo pequeño, que probablemente no interesaba a muchos más que nosotros mismos.

El sábado tarde se iniciaba justo después de los dibujos animados de las tres y media. A pesar de su dudosa calidad artística, nos los devorábamos con fruición. Fuera Quijote de La Mancha, Ruy El Pequeño Cid, Dartacan o el mítico Naranjito y sus secuaces Imarchi, Clementina y Citronio.

A partir de ahí disparados a la calle. Cinco horas que se convertían en unas olimpiadas, en versión pueblo. Jugabas al fútbol, corrías, te bañabas en una presa, montabas en bici, disciplina en la que era especialmente torpe. Tenías amigos, pero no cuadrilla fija, porque la unidad de cuenta era la del disfrute. Y te juntabas con aquel que te ponía en el camino del disfrute, ahí es donde se encuentra el secreto de que los chavales del pueblo nos conozcamos todos y los de ciudad solo con aquellos con los que compartían pupitre u ocio conncreto. Para bien o para mal.

Llegabas a casa exhausto, sucio y con las rodillas melladas. Al anochecer, que en la fase de destete el cani de pueblo es esencialmente de biorritmo diurno, ya vendrá después la vida noctámbula. Nuevo baño para levantar la roña incrustada, y en cuanto salía la cámara de cine pixelada que anunciaba el Sábado Cine, a la cama. Caído y desarmado, como deambulaba el ejército rojo allá por el treinta y nueve.

El domingo, en pueblo conservador, exigía dignificar el atuendo y celebrar el día del Señor con visita obligada a su casa. Pienso a veces que con las multitud de cosas estrafalarias en las que me he visto involucrado, no me he vuelto a cruzar con algo más ñoño y melifluo que aquel engendro de la misa de los niños.

Indigestión de buenísimo en una sala parroquial que lucia una decoración más neutra que la del depósito de la morgue, carteleria en las paredes con soflamas revenidas de Todoacien coronadas con el dibujo de unos niños chinos y africanos sonriendo, cuando en Gernika el único chino que habíamos visto en aquellos tiempos era el mandarín del flan y negro, solo nos habíamos cruzado con Kunta Kinte y en la tele. No se perdonaba ni un solo aspecto del atrezzo proselitista, cura joven y enrollado Interaccionando con la concurrencia, guitarreo del mequetrefe de turno que con la guitarra alcanzó su techo de incompetencia, coros con tonadillas inolvidables como “en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar”, y corifeos que aplaudían al final (nunca he entendido a qué o a quien) como si no hubiese un mañana o fuera una actuación de Gente Joven. Duramos poco en aquellas aguas procelosas.

A la salida, como el del Señor era además día de paga, bajábamos a comprar a las tiendas del paseo. Había tres, la de Tere, la más lustrosa, que vendían, chuches, refrescaos, helados y revistas, la de Salchi, escoltada por una recua de malotes, dedicada al género alimenticio, y el chiringo de Helados de Oria, que combatía la estacionalidad (en el poblado solo se consumía helados dos meses al año), vendiendo castañas al lado de la estación los otros diez.

Lo importante de aquellas compras era la ilusión que te provocaban productos, que si se lo llevas ahora a un súbdito de la sociedad de la información e internet, te los estampan en la cara. Flashes descongelados que sabían a medicina mala, chicles boomer con cromos de futbolistas o incluso recortes de la ostias sagradas que no habían consagrado en la misa de los niños, te convertían en un tío feliz. Las últimas pesetas te las jugabas comprando boletos, papeles enrollados que guardaban premios (el mayor el de diez duros) que te hacía salivar de grandeza cuando tocaban.

Las tardes dominicales las empleabas de forma alterna. Si jugaba el Gerni (de aquellos barros estos lodos), a Santa Lucía, donde los partidos, en los meses de invierno, comenzaban a las 15;30 porque no había focos, cuando a los blanquinegros les tocaba viajar, al cine. Había dos, el de arriba, el parroquial, con mucho Hermanos Marx, Bud Spencer y Terence Hill, y poca incitación al deseo. Y el de abajo, el Liceo, con una parte de arriba a donde solo podías subir si acreditabas acné juvenil y la suficiente Malicia como para salir viví y no impresionarte de lo que allí se cocía desde que soñaba la música del Movirecord y comenzaba el lanzamiento de objetos. Lo que esta claro es que nadie veía la película. Ni falta que hacia porque ibas allí a descubrir como era la vida de verdad.

Las entradas te las proveías antes de comer, porque, por razones que aún hoy se eme escapan, en el poblado ha existido siempre muchos más crios que mayores, con lo que perfectamente podías quedarte sin visa para acceder a los sueńos de un crio de pueblo. No se si mejores que los de los de esta generación, pero en cualquier caso mas disfrutones.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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