CUADRAGÉSIMO CUARTO DÍA DEL APOCALIPSIS: EL BOMBARDEO.

Soy fiel a mis vicios, son lo más sólido que tengo. Uno de ellos es acordarme de Gernika, mi amuma y todo lo que ocurrió en 1937, cada veintiséis de abril.

No le gustaba hablar de ese día. Decía que fue triste, y que a ese tipo de cosas es mejor no echarles cuentas. Por eso, cada vez que historiadores le llamaban a casa invocaba su derecho al silencio.

Lo poco que contaba era cómo escucharon el ruido que les traslado hasta las antípodas de donde les llevaba el sonido ordinario de la realidad. Un ruido tan ubicuo y persistente que les resultaba distinto al que otros veces habían escuchado cuando los aviones sobrevolaban, el cielo. Así, tan de golpe, como pasan las peores cosas en la vida.

Lunes, día de mercado. Poco antes del mediodía, sonó un campaneo que ya tenían familiarizado como alerta. Refugios. Ella eligió bien, alguna de sus amigas se equivocó, para terminar pagándolo con la muerte. En el cine programaban una película americana, “Ignominia”, todo un augurio. Cuervo negro.

Cuando salieron, el pueblo había desaparecido, de ahí que, hogaño, carezca de casco viejo como otros de la comarca. Haciendo un recuento, express comprobaron que  seguían vivos, que no todos podían decir lo mismo.

En el bar “El Equilibrio” el cartel se quedó haciendo ídem a causa de los estallidos, a quienes huyeron por el monte los ametrallaron los mismos aviones de la Legión Cóndor, al batirse en retirada. 

La buena de Paquita jamás entendió tal ensañamiento. Siempre contaba que, aunque con el tiempo se hubiera terminado mitificando los batallones de gudaris, integrados por muchos de sus amigos y conocidos, solo oponían un voluntarismo infeliz ante los carlistones navarros que, bajo el mando de Mola, les terminaban aplastando, como un rodillo de amasar. De ahí, le quedó siempre cierto resquemor al requeté.

Las bombas habían segado de un cuajo la juventud de la segunda generación familiar y el oficio de la primera. Mi bisabuelo era botero, cosía odres artesanos de vino, y no había que ser demasiado avispado como para intuir que, en aquellas ruinas, no habría en mucho tiempo, nicho para que un tratante de pellejos se ganase el sustento.

Eso supuso la diáspora familiar hacia Bilbao, Bermeo y Ondárroa. A partir de entonces, se cumpliría así, una vez más, esa paradoja de muchas familias en las que un hermano se ve irremisiblemente abocado al triunfo en la misma medida en que el otro no lo puede cobrar, a pesar de ser cuña de la misma madera.

Nunca albergó odio por todo aquello. Me imagino que sería porque entendería que, cuando odias a alguien, estas protagonizando un esfuerzo tan estéril, como el de beberte un vaso de veneno, creyendo que así vas a matar a quien odias.

Me cuentan que, a pesar del confinamiento, hoy en el poblado encenderán por la noche una vela en cada balcón para homenajear a todos aquellos que perdieron algo aquel día. Hágase.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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