TASCAS

Nos vamos quedando sin tascas. En Bilbao proliferan los bares de moda, y las franquicias de restauración, huérfanas de alma, con pinchos de troquel y pichiglas y desaparecen la bodega, la taberna y el bar de mala muerte.

En el botxo de mis primeros recorridos había tascas con parroquianos de alcurnia, andares feten y bolsillo propinero como El Taller de General Concha, donde las tapas eran de langostinos de Huelva, de a un billete de los grandes la puesta.

Otras  tan malditas como el Castillo del Conde Dracula en Transilvania. Por ejemplo, El Grosly de Emilio Sarabia, con los churros de grasa sedimentados en los relieves del aire acondicionado y sin rastro de papel en el cagadero para que la excursión al excusado no te saliera de balde.

Como si el ICONA hubiera preservado la especie para mantener el código genético de las tascas de mala muerte nos queda La Bodegilla Palas de Rodriguez Arias, con vino abrigador, alfombra de serrín y aroma de posguerra. Donde el negocio de disocia entre la isleta donde se dispensa el condumio de bocatas grasientos que encierran salazones y escabeches y la barra donde solo se solo se aquerencian los clientes, que son habituales solo porque no tienen a donde ir.

Hay tascas de mobiliario de la época de los Tercios Viejos de Castilla como El Gran Prix de la calle Lersundi, en donde siguen trabajando la casqueria y no tienes que preocuparte si la salsa de los riñones o el rebozado de los sesos se te quedan incrustados en los berretes porque, por mucho frío que haga fuera, no renuevan el portfolio de clientes.

Andorreando fuera del centro aún te puedes encontrar tascas de moral distraída en las que al tasquero se le va agriando el carácter igual que a su vino. Y que al mismo ritmo que va encerrando sus sueños hosteleros en la mazmorra de las conservas caducadas alimenta su frustración detrás de la barra. Que yace deshabitada desde que ya no se estila el Sol y Sombra al alba ni se pide de digestivo aquel Soberano que anunciaba Urtain en copa balón.

Tascas que no tienen wifi sino azulejos de Talavera de la Reina con mensajes subliminales del estilo Aquí no se fía ni a mi tía. Como el Miren Itziar de mi amigo Edu, en donde es imposible que la vajilla o la cuberteria de una misma mesa pertenezcan al mismo equipo pero donde te enjaretas el mejor cabrito de la Villa y unos fritos que salivan la regresión de tus recuerdos hasta el banquete  de  tu primera comunión. Aquella en la que tu tío se coció y tocó el culo a la camarera.

O tascas arrabalarias como la de la estación de autobuses de Hurtado de Amezaga que regenta con mano de hierro mi amigo Miguel inoculando una agresividad como de cable pelado. Al que le jode que un hombreton con bigote con semejanza a Dum Dum Pacheco le pida una manzanillita de infusión para aquietar el estómago, cuando le reclaman una Coca Cola light contesta que su tugurio no es una farmacia o trata de ahuyentar al ex toxicómano que pide café para llevar cobrándole cinco céntimos por cada azucarillo extra.

Y es que, como leí una vez, un tasquero difícil es como un boxeador zurdo y hay que evitarlo en la medida de lo posible. Si no quieres que te alcance el mentón o te lacere el alma del cliente que camina cuesta abajo. En la dirección que lleva al infierno.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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