EDUCANDOS (1a PARTE)

En ese juego de compuertas y resortes en el que se convierte la mente adulta en la cara B de la vida, he desprecintando el día rememorando el colegio. Aquel que deje atrás en la Gernika ochentera. Gris y plomiza desde el último lunes de octubre a Semana Santa. Luminosa la otra parte del año.

Educación cristiana, trufada de valores pero a la que le pilló un cambio de ciclo para la que no estaba preparada. Desbordada por la sucesión de acontecimientos que se vivían en una sociedad hasta entonces adormecida y que, aún en la Bizkaia profunda, comenzaba a cuestionarse el liderazgo ideológico que había asumido la Iglesia en los últimos cuarenta años.

Todo esto lo he entendido mucho después, en la medida en la que miraba todo aquello por el retrovisor. Pero hoy, aprovechando los fogonazos que me brindan los resortes que se disparan en mi memoria, quiero recuperar los trazos de aquella época que viví desde la retina de un crío de pueblo.

Lo primero que me llamaba la atención era la seguridad que tenían monjas, profesores y demás fauna que aquella forma de educar era la única posible. Recuerdo que en nuestro poblado había un edificio coronado con el ampuloso “Salón del Reino de los Testigos de Jehova”. Esa clase de nombres largos que te exigen tanto aire en los pulmones que al acabar ya has perdido la fe.

Una mañana nos largaron un speech sobre otras religiones, y, claro esta, atizaron contra lo que teníamos más cerca. El salón. Recuerdo que les achacaban no aceptar por credo las transfusiones de sangre cayendo en el pecado mortal de renunciar a la mayor ofrenda del altisimo, la vida,

Me escamaban unas palabras henchidas de la indiferencia de aquel sereno y seguro de sus creencias ignora los argumentos del fanático y renuncia a entrar con el en discusión. Una especie de condescendencia con la que se da la razón a los idiotas o se transige con las manías de los ancianos.

A mi que siempre me ha tirado la contradicción aquella seguridad a prueba de bombas como hubiera dicho mi amuma, todo aquello me escamaba, aunque, aún sin desvirgar mentalmente, no acertará a saber muy bien el porqué. La realidad que se buscaba es inocular entre los tiernos corderitos una especie de pensamiento único y que te convirtieras en una especie de legionario de Cristo que viese a los testigos como el diablo cojuelo. No tenían en cuenta que el gris empezaba a teñirse de color en los ochenta y que había mil alternativas más gratificantes que jugar al legionario.

Otro día que recuerdo por la rimbombancia con la que se anunciaba era el día en el que, en Naturales, (otro término descatalogado) te explicaban la reproducción sexual de los humanos. A veces la monja pedía refuerzos para afrontar aquel trago y le acompañaba alguna profesora de nueva hornada.

Se hacían acompañar de una lámina de forespán con una reproducción dantesca de dos cuerpos desnudos, masculino y femenino. Con el aparato reproductor ampliado y en relieve. Gònadas, ureteres y vesículas seminales con más tubos, conductos y resistencias que en la furgoneta de un fontanero. La profesora meritoria venga a atizar con el palito el miembro y en cada golpe sentías una sacudida en el propio. Derroche de antilujuria para debutar en la difícil plaza de la educación sexual. Así les fue a algunos. Solo decir que algún verraco de mi clase se llegó a empalmar.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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