GIGANTES DEL BASKET

El Basket llegó a nuestras vidas nada más salidos del "destete" materno. Hasta aquel momento siempre se le había llamado Baloncesto, o incluso como decía mi docta abuela, jugar a encestes. Arrastraba el tufo a alcanfor de aquellas operaciones altura por las que eran reclutados en los pueblos aquellos mozos a los que, por sufrir mal de altura, sus madres no podían encontrar camisas ni zapatos de su talla. Estilo Fernando Romay en su La Coruña natal.

Los de mi generación saben de que les hablo porque en todos los colegios siempre existía un gigantón, al que los curas se empeñaban en enrolar en el equipo de baloncesto, cuando penaba con un grave problema de coordinación que nunca resolvería. Igual que, años después al rebufo de ese Mundial 82 que merecerá varias entradas en este blog, en todo pueblo que se preciase, había un niño al que llamaban Maradona, por su pelo rizado, otro al que apodaban Schuster, por rubiales, e, incluso en los de más tronío, un Custers, en homenaje a aquel pelirrojo belga que ficho como arquero el Español, y que te saludaba sonriente desde el cromo que desplegabas del envoltorio del chicle Boomer que te acababas de enjaretar. 

En aquella España que recién salida del desarrollismo en blanco y negro, era necesario, en lo deportivo, un frescor visual que innovase aquellas casposas imágenes del Mundial de Argentina con Asensi y Pirri vestidos con la remera del águila de San Juan, de Juanito implorando de rodillas a Andujar Oliver o de la invasión de bigotudos en la liga, como el Tarzan Migueli, García Remón, el gato de Odessa, el cántabro Arteche campando a sus anchas por el Calderón, o aquel Santi Idigoras que terminó sus días como futbolista enrolado en el Puebla mexicano. 

Y así fue como con la impagable ayuda de la televisión, la única que existía en aquellos tiempos con permiso del Canal 10 de Calviño, entraron en nuestra vida nombres como Fernando Martín, Audie Norris, el niño de la guerra Chechu Biriukov, Essie Hollis, al que luego acusaron de introducir la cocaína en Vitoria, Nate Davis o Anicet Lavodrama. Y por el Torneo de Navidad del Real Madrid, conocimos a Tkachenko, que asemejaba a un bolchevique ejecutor de zaristas. Como aquel día en el que Sabonis se cargó el tablero volando por encima de dos voluntarios de la División Azul, como eran Del Corral y Corbalán. 

Era tal el encantamiento, que atrajo a los patrocinadores de los que quedaron nombres para la historia, como el Licor 43 de Santa Coloma de Gramanet, el TDK Manresa, Forum Valladolid, el Magia de Huesca, el Mayoral Maristas de los hermanos Smith, posteriormente fusionado con el Caja de Ronda, el Juver Murcia, el Festina Andorra o el Coren Orense. 

Y así, te podías pasar una mañana de domingo tragándote un Breogan- Grupo IFA Español como si te fuera la vida en ello , o animando al Peñas de Huesca, del que, asombrosamente, conocías su plantilla. ¡Cómo podíamos olvidar al cañonero Charlie López Rodríguez, al rey de los palmeos, Joan Pages, o el invariable número de botes que daba Granger Hall, alentado desde la grada, antes de un tiro libre! 

De ahí pasamos a la mitomanía de la mano de aquella mítica revista llamada Gigantes del Basket. Ante la escasez de ejemplares que llegaban a la librería de mi pueblo, y que el reparto coincidía con el horario escolar engatusabas a tu santa madre para que madrugase cada jueves en busca del preciado tesoro que devorabas a la hora del almuerzo. Incluso, existía una separata dedicada a la NBA que para un adolescente de los ochenta parecía estar tan lejana como los territorios de ultramar, y que te abría una gatera hacía jugadores con cuerpos fibrosos y una velocidad en sus acciones que, difícilmente podías adivinar, cuando veías a tus héroes en el Magariños. 

El culmen de la efervescencia del Basket llegó en las Olimpiadas de Los Angeles y tuvo como víspera la final de la Eurocopa de Francia donde España perdió contra la Italia del Capo “Dino Meneghin”. Por aclamación popular, se retrasó el horario de la final de la Copa del Rey de futbol, que, nada más y nada menos, enfrentaba al Real Madrid con el Barcelona. Lo que, el cretinismo de nuestros días, ha bautizado como el clásico. 

Un día, pregunté a un buen amigo, baloncestista laureado de estos días, cuál de los jugadores de aquella selección olímpica podrían jugar en la ACB actual, donde prepondera el físico y la intensidad. Sólo uno me contestó, Fernando Martín. ¿Y Corbalán?-le pregunté.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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