Hay palabras muy inciertas. «Siempre» es una de ellas. Esta idea me ha venido a la cabeza este fin de semana que me ha tocado vuelta a los orígenes. Al Urdaibai. Que entonces no era Reserva de la Biosfera. En el tardofranquismo no existían los colores. La vida era gris.
Las decisiones trascendentes se adoptaban por pura inercia de la que nadie se planteaba realmente, ni siquiera, si era posible escapar. Hacer la comunión, empezar a trabajar, comprar una casa, casarse o tener hijos era no más una rutina, a la que todos se sometían, con la misma certeza que a cada noche le iba a seguir el día.
Cuando vuelvo a Gernika me doy cuenta que que, de algún modo, sigue flotando en el aire ese aroma de rutina. Lo que, no me voy a engañar, hace más placentera la vida de la gente.
El tiempo pasa más despacio y la consecuencia de ese devenir sibilante con balas de heno movidas por el viento como en las películas del Oeste, transciende a la longevidad de las vidas. Que, de hecho, en el Urdaibai se muere más tarde. Solo hace falta ver las esquelas.
No se si fue clarividencia o estupidez. A estas alturas poco me importa. Pero me di cuenta que hay cosas que nunca regresan, y el tiempo es una de ellas. Distancia de por medio cuando era más fácil seguir haciendo lo mismo que lo contrario. Tal vez por esa razón continúo estando desincronizado.
Eso sí, ciertos gestos de mis tiempos de educación católica se me impregnaron al cuerpo como un tic. Que, al igual que la memoria, son una cuestión de escala. Lo comprobaba ayer cuando recorría los lugares en los que deambulaba de cani y que me parecieron pequeños con relación a la inmensidad con que los recordaba. Probablemente fueron continentes de demasiadas vivencias lo que hizo que la huella mental los agrandase.
Con el paso de los años constaté que era la pulsion de la espera, ese barajar cartas y mantenerlas ocultas demasiado tiempo, lo que me había exasperado. Buscaba exigirme. Desafíos, certezas y apuestas sobre todas las cosas. —¿ Qué clase de apuestas?— van trocando en función de la dinámica de la vida.
Pero siempre hay un black jack de mano que he altera el pulso. La decisión de acercarse a una boca y sus consecuencias...el desafío de lo que parece imposible, la certeza de saberte en un territorio inusual, al que no muchos querían acceder, o donde pocos osaban aventurarse.
En conclusión, olvidar, aunque sea por un momento, que el mundo es un lugar hostil.
Así, puedes aprender a convivir con el miedo a morirte, pero siempre hay que negarse a tener miedo a vivir y menos al riesgo. Sin riesgo nos morimos como nacemos, o peor.
Y menos ahora. Cuando por fin he encontrado un siempre. Distinto al siempre imperecedero del Urdaibai. más vital, más rebelde, más intenso, Yakuza