Treinta y siete horas. Ese es el tiempo que había pasado desde que no tuvieron fuerzas ni para despedirse en el asiento de un autobús. Vagaron errantes en la misma calle, separados por solo ciento cincuenta metros . Sin entender la razón por la que la puta vida caprichosa les hacía volver a distanciar sus caminos.
Los tres días compartidos les habían enseñado que cada noche sin dormir abrazados era una fuga del placer que merecían dos seres hechos para disfrutarse y que ya habían hecho demasiado por los demás.
Aunque se había resistido, finalmente le citó. Cuando estaba a punto de abandonar porque el no le había contestado el mensaje, llegó corriendo. Treinta segundos juntos bastaron para que la química operase y el compost de sus mentes volviese a germinar.
Cada vez ocurría a una mayor velocidad. Rompiendo la barrera del sonido, la que solo rompen las historias que pueden con todo.
En una hora, les dio tiempo a todo. A romper el celofán que, a pesar de lo que les gustaba, impedía el acoplar sus pieles en pura fusión de cuerpos. Fuera intermediarios.
A violentar su interior con la luz del día como único testigo de excepción. Dicho de otra forma, a soñar despiertos cuando sus respectivos labios rozaban el vientre ajeno.
A reponer fuerzas, de una forma sencilla pero exquisita, sin que el le desvelase el verdadero secreto del plato. Que no era otro que el corazón volcado en la ofrenda por la persona amada y deseada.
Antes de otra despedida les dio tiempo a cruzar una mirada con mensaje. Sin atreverse a decirse adiós quiso que supiera que el reencuentro había sido otra vez el mejor. Hasta que llegue el siguiente, pensó tras cerrar la puerta. Que lo superara. Y así hasta el Infinito.
De lo contrario, la vida que le quedaba por recorrer carecería de sentido, y se convertiría en una sucesión de despertares sin sentimiento. Y eso no es vivir ni esperar.
A la noche llegó la gran noticia. Pronto sus cuerpos se reencontrarían. Esta vez bajo las sábanas de seda. El se volvió a emocionar ante lo que se le avecinaba.
Condenados a encontrarnos, a sufrirnos, a disfrutarnos, a entregarnos, a esperarnos.
(Labios de Hiel. 2019)