EL MIREN ITZIAR

Estoy cansando de escribir obituarios a templos culinarios de nuestra villa que echan el persianazo. Ya sea el Grosly, el Rogelio o el Guria. Paso atrás de la comida clásica, de la de pucheros, guisos y cuchara. O lo que es lo mismo, tierra conquistada para la comida clonica donde el continente prima sobre un contenido xerocopiado.

Toca homenaje a uno de los clásicos. De esos pocos que aún se anuncian con tenedores como reclamo de calidad. El Miren Itziar de la Calle Atxuri, en frente de la estación de Eusko Trenbideak. En la espalda del barrio de Ollerias. Muy cerca del Paseo de los Caños, el mismo que escogió el nińo Unamuno como rincón de ensoñaciones, rodeado de hayas y chopos.

Vale que la decoración del interior no es lo que se dice vanguardista, que la madera de la pared está desportillada, que el blasón de la vidriera de la puerta de entrada al restaurante está restańada con celo y que entre los parroquianos no encontraras modernos, bloggers ni influencers, sino burleros quitando el polvo a unos naipes. 

Pero es el camino más corto que conoce mi pituitaria para teletransportar mi memoria a los sabores de cuando era niño. A la cocina de mi abuela, a la de los restaurantes en los que celebramos aquellos escasos banquetes, ya fueran comuniones, la boda de tu primo o las bodas de oro de tus abuelos. Donde siempre había fritos, no confundir con croquetas. 

Eran fritos variados, lengua, huevo cocido, sesos y demás casqueria, empanados de jamón y queso, que entonces no sabías que se podían llamar san jacobos. En el surtido se incluían algunas rabas y ejemplares sueltos de croquetas, siempre de jamón y huevo, números clausus. Siempre amasadas con bechamel fina, ligada con tiempo en los fogones. Si hace años que no los has probado, los podrás catar en el Miren Itziar.

Y junto a ellos, otros manjares sin celofán ni alharacas. Alubias, con platerkada de guindillas, almejas en salsa picante, y como colofón el cordero y el cabrito más auténtico de Bilbao. Que no hace falta horno de leña para clavarlo. Servidos en bandeja de hojalata, de las que había en casa de tu amuma. Esa misma que doce horas después sigue manteniendo el mismo calor. Misteriosas propiedades termodinamicas de los materiales.

Negocio familiar, llevado por Edu en el restaurante y su hermano en la barra. Gente de Ley. Que además son del Bilbao Basket. Y no hay nada que una más que compartir religiones perdedoras. Hoy por lo menos hemos podido celebrar triunfo. Aunque no nos confiemos parece que el proyecto coge vuelo.

Enclaustrados en otro uno de los barrios perdidos de Bilbao. De esos que no salen el las guías, y donde no te encontrarás con turistas con planitos en las manos. En el que, si exceptúas la regeneración de la plaza de La Encarnacion el decorado poco ha cambiado desde que me acercaba de cani a las cocheras de los buses que nos acercaban al Urdaibai.

No dejes perder la oportunidad de probarlo y volver a ser niño por un día. Que no hay muchas oportunidades de  abrazar por un rato tu infancia ochentera. Y menos, cuando te toca lidiar el día a día, entre modernos, jipijis, pretenciosos, buenistas y demás libélulas florales. Seguro que no se comerían una de fritos en el Miren Itziar. Ellos se lo pierden.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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