BYE BYE GURIA

Estoy cansado de escribir obituarios a la autenticidad. Me siento atrapado en un viaje astral en el que, a cada fracción de segundo, me van arrancando pedacitos de mi propia historia plenos de esencia vital, y, al cambio oficial, me devuelven réplicas de postureo y banalidad elaboradas en una fábrica de Vietnam por una recua de niños descalzos y desnutridos.

Así, me desayuné ayer con el cierre del Restaurante Guria. No voy a decir que fuese un asiduo ni que lo conociera en su apogeo. En aquellos tiempos, bastante tenia con descodificar mi propia existencia en un Urdaibai demasiado efervescente como para perderte en devaneos gastronómicos y culturales.

Pero con el Guria me ocurrió como con aquellas grandes señoras, que aún avejentadas y recostadas en una mecedora, no tardas en descubrirles el esplendor de antaño. Hay algo inoculado en la atmósfera que desprenden, un porte señorial, que emana desde el fondo del alma,  aún y cuando el evanescente cuerpo se termine apagando y la piel se apergamine.

Solo traspasar el fielato de su puerta, percibías un aura especial. Como cuando entras en una casa solariega y respiras historia por los cuatro costados. En su caso, revestida de una mezcla de ese estilo british, tan de Bilbao, y de un afrancesamiento culinario que me imagino que vendría de la mano de su creador, al que no tuve el gusto de conocer y que siempre pertenecerá a la primera fila del Olimpo del Bilbainismo.

En la mesa era una ebullicion de cocina popular. La auténtica, la de las amas, la de las salsas, la que exige inexorablemente un derroche generoso de tiempo en los fogones y un conocimiento del quehacer aprehendido de generación en generación. Una persona a la que traté hace tiempo defendía que las salsas vizcaína y pil pil debían de ser elevadas a patrimonio de la humanidad vasca. Alguna culpa habrá tenido el Guria.

La remembranza me quedaría incompleta si no añadiese que en mis últimas visitas la sensación que tuve era la de frialdad, la de acceder a un templo desangelado, como cuando entras sin compañía en una catedral de capital castellana, adusta y austera. A la que intuyes más pasado que futuro.

Me imagino que, aun sin darme cuenta, aquello estaría cantando a la desconexión progresiva que sufría el negocio con los que siguen pisando el asfalto cotidiano y deambulan por sus calles. Que son, al fin y al cabo, aquellos que justifican tu propia existencia queriendo sentarse a tu mesa y celebrar sus comidas de trabajo y sus celebraciones familiares. Hay espectáculos, clubes, religiones o establecimientos a los que cada nuevo día en el calendario les hace perder una gavilla de clientes y si incorporar ningún nuevo adepto. Y no hay Dios que soporte ese síndrome del calendario.

Sin descontar el efecto del corrimiento del centro neurálgico de las ciudades. En el Bilbao de los paseos fluviales y el turístico, mucho más aburrido y poco dado a la canallesca que el gris anterior, se ha desplazado hacia el Ensanche, donde brota una hostelería tan poco tentadora como emergente. Y con ello, los números altos de la Gran Vía se han quedado desplazados, convirtiéndose en una hostelería suburbial a la que te acercas solo, si no tienes más remedio o si tus circunstancias te aparcan por ahí.

Pero lo que me araña lo más profundo de mi corazon es que me roben mis recuerdos. Y que traten de encalomar la culpa a aquel que ha tratado de ser fiel a su historia, aún con el pecado venial de perseverar. Como si no se pudiese llevar la contraria ni rebelarte contra las cien mil moscas que aborregadas marcan tendencia. Que se lo queden todo para ellas.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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